- Una de las tantas peculiaridades que tiene Ashgabat es que cada edificio gubernamental, arquitectónicamente, representa el contenido funcional del mismo. De esta manera la Casa de la Moneda posee una moneda gigante en el techo; el Ministerio de Energía tiene forma de batería Duracell erguida sobre su polo (-) y el Ministerio de Educación es básicamente un LIBRO ABIERTO. ¡Nada de juzgarlo de antemano por la tapa!
- Uno de los tantos cohetes futuristas medidores de temperatura públicos (generalmente ubicados en rotondas). Este tipo de cosas me desbordan. Vale la pena aclarar, que vengo de un lugar donde lo más parecido a un termómetro espacial, es un hipocampo del clima que cambia de color según el porcentaje de humedad en el ambiente.
- El Registro Civil parece un cubo Rubik y es diferente a cualquier otro que haya visto antes. No me imagino a la gente tirando arroz ni gritando “viva los novios”. Sospecho que en realidad es una máquina del tiempo.
Me sentía teletransportado a un nuevo planeta de un sistema solar lejano, solo para bajarme de mi plato volador y encontrarme con una civilización similar a la conocida, pero que en el camino progresivo, pegó un viraje en alguna otra dirección y derivó en esa nación única llamada Turkmenistán. De lo mejor que he visto en mi épica cruzada planetaria.
También conocida como la “Ciudad del Mármol Blanco”. Su ex presidente, Saparmurat Niyazov luego de ser reelecto varias veces presentándose a elecciones sin partido opositor alguno, decidió autoproclamarse por decreto “presidente de por vida”. Casi 30 años más tarde, antes de estirar la pata en el 2006, dejó una frase para la posteridad de su joven nación: “Me gusta el blanco”. ¡Y se nota!
Turkmenistan: Directamente a mi Top 5 de lugares favoritos.