Kotor. Dicha bahía, es un canto a la belleza natural, con pequeñas callejuelas antiguas y cientos de elegantes casitas frente al golfo. A lo largo de este rebuscado recoveco marítimo, hay diminutos muellecitos que son usados como balnearios públicos. Cualquier persona arma su sillita playera frente al mar, toma sol y cuando su cuerpo pide refresco a gritos, se pega una deliciosa zambullida en el Mar Adriático. Fue precisamente ahí, donde me tiré de “bomba” para celebrar mi nuevo logro personal. La ancestral frase “El que quiera llegar a China debe cruzar 7 mares” siempre me acompañó a lo largo y ancho de mi crecer. Historias de corsarios, leyendas de piratas, mitos de marineros o simplemente “paparruchadas” catalogaron a estos antológicos mantos de agua salada. Golfo Pérsico; Mar Arábico; Mar Mediterráneo; Mar Caspio; Mar Rojo; Mar Negro y el que me faltaba: el Adriático. Hice la plancha, pis y nadé unos largos. Había cumplido un nuevo objetivo. Había nadado en todos.
Ese momento exacto donde uno se inserta dentro de la postal idealizada. Ese segundo, donde se confirma que la atracción de pensamientos es uno. Gracias universo.