Desde que llegué a este lugar alucinante que no paro de sorprenderme. Por su misterio. Por su belleza. Pero por sobretodo, por su excentricidad. Una piscina en medio de un valle milenario en el desierto Saudi. Nunca visto. Hace días que vengo prestado atención a la música que pasan (me auto confieso melómano). Desde que llegás, una melodía psicodelica eterna suena y suena por cada parlante. Ritmos hipnóticos con tambores y letras en idiomas incomprensibles. Parecen africanos por momentos y luego, suena como ukeleles hawaianos. Me preguntaba si alguien de alguna nacionalidad lejana algún día vendría hasta esta gema escondida y reconocería alguna de estas canciones poco comerciales (no creo que suenen en fm100). Flasheaba con un neocelandes descubriendo ese tema Maori escondido que compuso su primo para una ceremonia religiosa o algo similar. Ya fue, me pongo a meditar (el paisaje acompaña). Cierro los ojos. De golpe cambia la canción eterna. Los primeros acordes me resultaban nostálgicos… ¡¡para!! ¡Era Cerati con «Paseo Inmoral»! Ahí, entre vestigios de una civilización Navatea y un mundo un tanto distinto a ese barrio de Palermo dónde Gustavo habría imaginado ese clásico hace décadas atrás. Me empecé a reír solo, es que ese ser distante que quizás reconocería un tema de sus raíces, en realidad: SIEMPRE FUI YO.
Trascendencia. Increíble, ¿no? Crear una muestra artística hoy, en un contexto y situación personal especifico, para que otro lo disfrute en un futuro…en otro vértice…en otra realidad…con una sonrisa dibujada que susurraba «noches de longevidad…»
Ojalá que algun día, en algún sitio, mis escritos le generen lo mismo a otra persona y que ambos estemos conectados a pesar de la no fisicalidad. De eso se trata. Trascender.