Luego de mucho esfuerzo, sobrevivir al transporte publico ecuatoriano (la gente sube por atrás, el boletero grita colgado desde la puerta con el bus en movimiento el destino del mismo y cuando se baja alguien, se tira tipo “parkour” y cobra el importe en la vereda sin dejar de correr) pude dar con un lugar muy particular. Uno de esos momentos que diferencian a los de todos los días, con los de singularidad divina. Miré mi reloj y observé que con sus cansadas manitas (por la altura) me indicaba que eran las 12:00. Así fue como una vez más (como tantas otras) el sentimiento bizarro se apoderó de mi cuerpo. Estaba en la mitad del mundo…al mediodía (by-pass gástrico ecuatorial).