«Si no te tomas un cortado en un café con piernas, no estuviste en Santiago». Aclaro, que luego de caminar turbias galerías trasandinas, pude terminar pidiéndome una lágrima a las cinco de la tarde en un establecimiento atendido por señoritas ligeras de ropa, donde la barra y la carencia de banquetas le dan forma al nombre «café con piernas». ¿Como se sobrepone uno a ese momento extravagante? Fácil. Visitando “La Chascona” de Pablo Neruda, recorriendo sus jardines, sus habitaciones hasta dar con su escritorio y apoyar a modo de tributo bizarro, un ejemplar de mi obra. Nada supera eso. Nada.
“Confieso que he vivido”.