Querer imponer una ideología forzosamente sin validar la opción a la duda o diferencia intelectual previa, puede llamarse de muchas maneras. Hacer creer, mediante el uso desmedido de presión, la no aceptación de una perspectiva opuesta y que su única verdad sea la absoluta, tiene diversas maneras de interpretarse. Pero, empacarse y mandarse un edificio cósmico en la cima de una montaña, en un rincón inhóspito de Bulgaria, es lo que yo llamo un auténtico CAPRICHO.
Un prototipo de nave espacial bizarra, salida de una película de ciencia ficción de los 50′. Un monumento a la gloria comunista durante sus años dorados, totalmente abandonado y saqueado luego de la caída del régimen y la imposición en las urnas de la democracia. Hoy llegué hasta la loma del culo para encontrarme con un pedazo de historia increíble. Ese centro de encuentros ochentoso en desgracia, entre líderes del movimiento olvidados, fue el escenario para que una vez más, ante la inmensidad del cosmos diga: ¡GRACIAS UNIVERSO! En vivo desde Buzludzha, Bulgaria.
No había cruzado medio mundo para llegar hasta una puerta clausurada y tener que pegar media vuelta. Exploré los alrededores y en un lateral, fuera de la vista general, encontré un agujero en la pared, a un metro y medio de altura. Este mismo conectaba con una escalera interna, inmersa en una oscuridad escalofriante. No dudé ni dos segundos. Trepé como pude, puse un pie en la negrura tanteando y me afiancé a unas vigas. Una tenue luz se dejaba ver al rato de que mis pupilas se aclimataban a esa intensidad lumínica suave. Despacito, comencé a subir por la escalera hasta que una imagen impactante casi me knockea por completo. Justo delante de la salida, al término del último escalón, ingresando al recinto principal del edificio, se ve el CENTRO del techo que aún permanece intacto. El símbolo de la hoz y el martillo, cegaba mi andar con esa imagen descomunal del “proletariado industrial y el campesinado”. No me salieron más palabras Esa primera imagen jamás podrá lavarse de mi cerebro.
El modelo originario del recordado boliche setentoso marplatense “Enterprise”, no dejaba de ratonear mi memoria de la nostalgia. Tuve la suerte de haber podido conocerlo durante su corta reapertura en la década del ‘00 (antes que fuese demolido). Hoy, había puesto mi humilde presencia en un modelo más “retro” aunque similar, en otro rincón del mundo. Cambié la “Avenida del ruido” por un monte búlgaro, pero la esencia del establecimiento “espacial” seguía siendo la misma. A este último no venían Ringo Bonavena ni Willy Vilas con pantalones “pata de elefante” a tomarse un whiskey en las rocas, pero seguramente, Vladimir se empinó una petaquita de vodka puro (si un soviético se toma un “Ruso Blanco” ¿estaría realizando un acto de vampirismo? Y si se sube a dar una vuelta en una montaña rusa ¿sería un alpinista patriótico?).