El momento descomunalmente bizarro lo sentí al poner un pie en el gimnasio de usos varios del centro comunal recreativo de Pripyat. Había arcos de papi fútbol montados en ambos extremos de la cancha, sogas que aún colgaban del techo para realizar destrezas físicas y un objeto en medio del recinto que monopolizó mi total atención: Un trampolín de gimnasia artística. Estaba listo para la acción. Sin dudarlo ni un segundo, emprendí carrera con envión mientras rememoraba que la última vez que utilicé uno de esos, fue en la escuela primaria en Mar del Plata. “Uno, dos, tres (pasos), arriba y salto con los brazos extendidos” (¿Tu profe de Educación Física también decía lo mismo?). Desde Mardel del ‘86 hasta Chernobyl en el siglo XXI, el tiempo parecía inamovible (sigo siendo un pibe).