Hay caprichos que uno se fija para al menos, llevar a cabo una vez antes de morir. En algún momento de mi vida tenía ganas de pasar una noche en un castillo. Así fue como, de casualidad di con uno convertido en hotel en Irlanda. Crucé el puente que separa el mismo del río que lo rodea y no podía creer lo que estaba viviendo. Atravesar el mundo de punta a punta me ha curtido de lo bueno y de lo malo, pero nunca había estado en un lugar tan asquerosamente lujoso en mi vida. Candelabros, armaduras, pianos de cola, gente de cuello estirado que si se cortasen, sangrarían azul. En medio de toda esa parafernalia estaba yo. Un sueño sería poco decir. Esto lo superó enormemente. Luego de dar una vuelta por el predio en bicicleta, me presenté en el restaurante “George V”… ¡Listo para mi cena de 5 platos! La consigna era ir de saco y corbata y así estaba envestido (aunque calzara zapatillas). Miraba a viejos canosos con actitud de Donald Trump a mis alrededores y pensaba que me sería imposible entablar cualquier tipo de dialogo con cualquiera de los ahí presentes. Sin embargo, ahí estaba… totalmente desencajado con el entorno y felizmente viviendo una fantasía más. En ese momento en que me tomaba una sopa de almejas, no paraba de recordar aquella noche en que quise ingresar a MAREMOTO BAILABLE en la Avenida Independencia en Mar del Plata y no me dejaron pasar por no tener puestos zapatitos. La vida tiene movimientos de cintura muy desequilibrantes.
Heme aquí, encarnado en el papel de “huérfano cheto” perteneciente a algún elenco de telenovela producida por Cris Morena (con 20 años más encima).