Los días de relax bajo el sol habían concluido y debía seguir marcha hacia mi próximo destino. La mayor parte del camino, a veces siendo guiado sabiamente por el GPS y a veces no (debido al olvido y falta de actualización de sus mapas por parte de quien escribe) fue de lo más entretenido. Gracias a equivocar la senda (o mejor dicho, seguir erróneamente el trayecto) pude conocer caminos de montañas increíbles, con vistas a valles y lagos salidos de ensueños. El tema se complica, cuando al cruzar quebradas y riscos se terminan recorriendo tan solo 30 km. en un promedio de hora y media entre curva y contra curva, haciendo todo más lento que evacuación de telo (dejá de coger, sacate el forro, vestite y andate).
El encanto, mejor dicho, la magia de extraviarse es preciosa. No saber dónde se está, apenas se conoce de dónde se viene y con mucha suerte, hacia donde se desea ir. Pero en ese hechizo es donde uno descubre el verdadero significado de viajar. Estoy en un lugar imponente. No sé cómo se llama ni puedo ubicarlo con precisión. ¿Importa?
Transitaba la ruta desde Albania hacia Macedonia. Accidente de tránsito. Fila de autos detenidos con el motor apagado. Observaba el paisaje campestre cuando siento un fuerte golpe desde atrás. Un boludo nunca vio el accidente ni los vehículos detenidos y me llevó puesto como venía. Me bajo sin dolencias, listo para pedirle el seguro y demás datos. ¡Para mi sorpresa, me había chocado un POLICÍA! Me hablaba en albano y yo en inglés, español, francés, italiano, portugués y poco más en árabe. No nos entendíamos. Luego de largos intercambios de opiniones (nunca comprendidas) llegué a la conclusión de que el poli no quería darme sus datos y además, EL MISMO debía tomarme la denuncia. Me choca de atrás mientras venía a asistir otro accidente, me hace el papelerío, me hace completar un formulario en un idioma extraterrestre y en el medio, me ofrece un cafecito. ¡VIVA ALBANIA!