Hay lugares turísticos emblemáticos. Sitios que movilizan a miles de personas a cruzar medio planeta para su congregación. Generalmente esos emplazamientos son los que menos me atraen. Cuando digo que no conozco ni Londres ni Nueva York después de visitar más de 360 ciudades, la gente me mira raro. Cuando cuento que el Partenón de Atenas no me produce ninguna expresión de admiración, también. Trato de ponerlo en palabras, a veces la comunicación facilita todo. A ver, por donde empiezo… Está tapado por una obra en construcción, grúas y andamios desde que tengo uso de razón. Está siendo refaccionado y restaurado desde los 80’s y a pesar de haber pasado 30 años, veo al mismo arqueólogo pincelando el mismo bloque de mármol, sentado en el mismo lugar donde estaba en 1986 (pero con más canas). Está sobresaturado de seres humanos por todas partes. Debajo de las piedras, delante de tu foto (siempre listos para cagarte la toma) y estratégicamente tapando cualquier objeto que resulte importante para su apreciación. Te empujan, te aprietan y te respiran cerca. Gritan, se sacan fotos ridículas y vuelven a gritar. Y eso que todavía no nombré a los contingentes chinos. El ganado avanza y no te queda otra que seguir con el malón. No puedo sacar una foto limpia sin uno con gorro tipo piluso que se me pare al lado de alguna columna. Y los chinos…¿ya los mencioné? Hay que juntar paciencia. Mucha. Mejor saco una foto que refleje mi estado de ánimo actual. Es que una imagen vale más que mil palabras. ¿Se entiende mejor así?