Moverse por el planeta. Viajar sin un destino exacto. El mundo del aeronavegante sujeto a espacio es fascinante. Volar gratis por más loco que suene, tiene su costado peligroso. Si el vuelo está lleno no te embarcás y punto. Te quedás abajo. Pero la magia reside en ver a qué bondi del aire te subís que te vaya acercando a tu casa. Es como cuando estás en pleno verano esperando en la costa el 221. Ya pasaron 6 hasta la manija con turistas, gordas con sombreros de paja, heladeritas, tablas de surf y la barra brava de Lanús entera. Te cansás de esperar y te terminás subiendo al 511 que no pasa por tu barrio y te termina dejando en el puerto. De ahí arreglate y tomate otro que te lleve. En mi caso, subirme a cualquier avión que me tire en cualquier lado menos adonde quiero ir tiene su encanto, es que gracias a eso termino conociendo un nuevo país de yapa. ¡HOLA ESLOVAQUIA! ¡HOLA 113! (¿me dejás cerca de casa?)