Mi fascinación por el espacio, los planetas, las galaxias y la vida extraterrestre estuvo siempre. Me eclipsa hasta un punto más allá de las estrellas. Conocer el Museo Cosmonauta fue algo grandioso. El poderío soviético en su máxima expresión. La guerra fría, la carrera hacia la conquista espacial en una vitrina, ahí ante mis ojos.
En un mismo día conocí dos momias. Lo más parecido había sido previamente en Egipto, pero a esas no se les ve la cara. Ahora, pude verle el rostro estático a Lenin por la mañana, mientras que por la tarde pude hacer lo mismo con “Belka” la perra cosmonauta. Pobre pichicho. La metieron en un Kohinoor y la centrifugaron entre su orina, vómito y materia fecal por vaya uno a saber cuántas horas. La marearon a más no poder. Dudo de que le hayan dado una botellita de agua para no deshidratarse y encima, la recontra calentaron hasta casi prenderse fuego en la reinserción a la atmosfera terrestre. Sobrevivió a todo eso, solo para luego ser embalsamada y vivir dentro de una vitrina de un museo por toda la eternidad. Si alguien cree en la reencarnación de vidas pasadas, creo que este es un claro ejemplo que muestra fehacientemente que esa perra fue Adolf Hitler.