¿Qué es lo que lleva a una persona de un país distinto, alejado, a adueñarse intuitivamente de una cultura ajena? ¿En que está fallando una sociedad para que un pueblo entero decida tomar prestado algo que nunca le vino de manera innata? Muchas veces me lo he preguntado una y otra vez. Los ecos en silencio se acallan. Hoy llegué a Bangladesh para encontrarme con un vendedor ambulante de productos mundialistas sudamericanos. «A la bandera y el gorrito verdeamarhelo / blanquiceleste». Esa pasión inexplicablemente bizarra.
Hoy, con una final inconclusa y aun con la herida abierta, puedo observar que el sentimiento sigue latente. «Las minitas aman los payasos y la pasta del campeón; los bengalíes admiran la Argentina y aun no sé muy bien porque…»