Un día harto, fatigado y hastiado del trabajo le dije a mi jefe “me cansé…¡me voy a la China!”, cerré mi oficina con llave, me cepillé los dientes (¡higiene dental ante todo!), me cambié y quince minutos más tarde me baje en Shanghai para toparme con una ciudad que ante mis ideas y preconceptos me dejó totalmente tumbado de culo y sin poder decir una palabra.
Uno de los centros financieros más modernos del mundo, parecía salido de un episodio de los “Supersónicos” (¡aguante Astro!); contrastado con la parte vieja de este asentamiento urbano que distante de parecerse a la clásica imagen de un lugar cargado de tenedores libres, lavanderías y minimercados, me deleitó con construcciones europeas que rememoraban a antiguas y legendarias ciudades con encanto único del estilo Praga o Florencia.