La bomba del odio estalló a 600 metros del suelo, explotando en forma circular y hacia los costados, generando un efecto “paraguas” sobre el edificio que se situaba exactamente debajo, a lo que en un radio de 2 Km. a la redonda de este mismo asentamiento conocido como “The A Bomb Dome”, toda forma de vida fue evaporada en su totalidad, dejando un paisaje desolador ante esta edificación que fue la UNICA sobreviviente de la desgracia radioactiva y que, a modo de monumento de la memoria, continúa en su mismo y exacto estado erecto hasta nuestro días demostrándole al mundo lo que fue, lo que es y lo que no tiene que volver a ser.
Estar parado frente a ese único testigo del mal me transportó a esa fría tarde en las Islas Malvinas donde en medio de una trinchera tuve un retorcijón estomacal y derramé una lágrima, momento emotivo que sólo fue superado al visitar el Museo de la Memoria de Hiroshima, donde se puede ver un pedazo de cemento de una pared perteneciente a una casa donde un hombre se encontraba recostado y en el momento exacto de la explosión, el impacto radioactivo pasó a “hacerlo polvo” dejando su alma calcada en dicho pizarrón urbano, devenido ahora en un cuadro del horror o fotocopia humana tamaño natural (¿alguien se acuerda de Han Solo al ser encarcelado en Carbonita por Darth Vader?).