La falta de aire, la oscuridad, la incertidumbre y el caminar en cuclillas y en otras casi arrastrándose por un túnel plagado de miedos, odios y hambres de liberación en sus meticulosamente excavadas paredes, me transportaron a una época no tan distante en la historia universal, donde miles de niños (edad suficiente para poder jalar un gatillo), jóvenes y mujeres de todas las edades recorrieron de una punta a otra esas madrigueras llevando información, municiones, valor y mucho pero mucho orgullo por su nación.
Los pensamientos fueron dramáticamente interrumpidos por el nuevo bochorno local, al esconderme en una guarida de francotirador, que consistía en un hueco en el suelo de unos 40 cm x 30 cm y que contaba con una tapa que lo cubría camuflado con hojas y plantas, haciendo el efecto sorpresa único e infalible hasta que la realidad me golpeó al verme atorado en dicho orificio (ni para arriba ni para abajo) y ante la risa incesante de los presentes, tener que rever la posibilidad de aflojar con los postres o agrandar el pocito para la próxima (conmigo perdían la guerra a los dos días).