No podía dejar de pensar mientras me adentraba en esa montaña sagrada en las ironías de la vida, estando parado frente al lugar en que décadas atrás, asentamientos de artillería americana montada frente a dicha sierra sagrada, se dedicaron a bombardear la misma, ya que miles de Vietcongs en sus entrañas se escondieron haciendo que su cacería fuese un imposible y que el tiro al blanco sea en vano, sólo aportando materia prima para la elaboración de esculturas, bancos de plaza y modulares de cocina.
Lo más increíble fue que los locales, simplemente se sentaron dentro de los templos en los interiores de las cuevas de mármol a esperar que los Yankees se cansen de gastar armamento sin sentido, para luego posicionar morteros dentro de las cavernas de la paz (o de la guerra) y apuntando, estratégicamente a sólo dos o tres aberturas en el techo de dichas cavidades terrenales, sacudirles con toda la pólvora que dios les pudo dar (o sus amigos de la Unión Soviética) haciendo que dicha misión sea más complicada que embocar un lápiz en un lapicero a 100 metros de distancia, a dos pisos de altura, con sol en contra y el disco debut de Emanuel Ortega sonando en forma interrumpida de fondo.