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Ese momento

Llegar a Angkor Wat, fue un viejo anhelo. Es que me fascina la arqueología, los templos milenarios e Indiana Jones. El combo camboyano resultaba irresistible. Ver el amanecer por detrás de las ruinas del dios Vishnu fue un suceso que no podía perderme. Levantarme a las 4:15 am fue tortuoso, lo admito. Caminar entre el barro en medio de la oscuridad no estuvo bueno. Verme rodeado de turistas blondas que se quejaban de que no había wi- fi para postear un “Snapchat” en vivo fue algo que me demolió el espíritu, aniquiló mi pasión de conocimiento y me brotó de violencia emocional. Solo me quedaba hacer una cosa para contrarrestar el estado físico incordioso. Cerré mis ojos y me puse a meditar alienándome del entorno. El contacto con la esencia es lo único que logra retornar al equilibrio. Ver con los ojos cerrados brinda mucha más claridad de lo que uno piensa. Mejor dicho, dejar de pensar para dar lugar a una imagen nítida. Esa que se siente sin sentir; se observa sin mirar y se oye sin oír. Todas las dolencias dejaron de importar. Todo había valido la pena. Ese instante en ese lugar preciso. Ese lindo momento.