Hay cosas simples, muy simples que son suficientes para darnos felicidad. Ni hoteles despampanantes, ni caprichitos burgueses salidos de una revista Vogue. Una isla llamada Lembongan muestra ese costado básico y elemental. Una pequeña playa con una diminuta choza con techo de paja y un mosquitero que rodea la cama. Una entrada que continúa al frente marítimo, todo de arena, pasando por el restaurante, la recepción y finalmente la cabaña. Es muy loco salir del agua, entrar al “lobby” en patas, con el escritorio, sillas y varios estantes de biblioratos todos semi enterrados en la arenisca, entremezclados con reposeras y música reggae funcional (no hace falta limpiarse las patas). Mi hogar temporario tiene una vista magnifica, con el ruido de las olas tan fuerte, que por la noche, hay que cerrar la ventana para poder dormir. Toda esa austeridad fue como combustible puro ante el llamado del fuego bizarro. Al pasar a la parte posterior de la choza, me vi sorprendido por el baño. Este está AL AIRE LIBRE. Una especie de patiecito, junto a una ducha en un rincón, un lavamanos y el infaltable inodoro. Todo muy ventilado, eso sí. Tiene sus cosas buenas, no hace falta tirar “Glade” para matar los malos olores. También ayuda a mover el vientre a aquellas personas con dificultades gastrointestinales cotidianas. Con el suave sonido del mar y un cielo imponentemente estrellado, ¿qué otra inspiración es necesaria para poder CAGAR?