Hace muchos años descubrí una palabra que, luego me enteré que se trataba de un sitio en algún punto perdido del planeta. Muy distante. No sabía bien dónde quedaba. Estaba allá lejos, por donde la gente hablaba raro, comía arroz y eran todos medio parecidos a los chinos. No sé en qué lustro de mi existencia habrá sido exactamente que ingresé al local ULUWATU en la galería SAO de Mar del Plata (local 5 y 38) a comprar una pita, parafina o vaya uno a saber qué otra cosa. Era joven, con la melena larga (cuando aún la tenía) y me sentía como un pez en el agua dentro de ese lugar. El recuerdo en mi mente de ese vocablo con una fonética graciosa nunca se fue por completo. “Uluwatu”. El mítico paseo de compras marplatense, portador del mismo nombre de la confitería situada en su entrada por peatonal San Martin (medialunas son las de la Sao) siempre se hacía visitar cada vez que uno iba de excursión por el centro de la ciudad feliz. Sus vueltas, sus recovecos con tendencias arquitectónicas semi-espiralísticas, por momentos laberínticas y por otros, como un pasadizo de gente enmarañada que deambula de una calle a otra acortando camino por ese atajo comercial de rasgos surferos. Muchos seres raros, viejas cholulas de temporada que se aglomeran en la puerta del teatro Tronador esperando para sacarse una foto decadente veraniega junto a Nazarena Velez; skaters; una estatua viviente que va o viene desde/hacia su trabajo; adolescentes que no saben qué hacer una tarde lluviosa de temporada estival y finalmente, yo. Todos aquellos marplas que amamos la playa y el mar, llevamos alguna prenda de vestir puesta, mejor dicho, estampada en el alma de esa memorable galería. ¡Amén!