Parece irónico, pero las vueltas de la vida me han llevado a conocer mucho de una cultura sin haber puesto pie en su tierra. Hace una década que interactúo con filipinos por un u otro motivo. He trabajado con ellos, salido de joda y hasta he entablado amistades también. La ventaja de esto es el acceder a conocimientos desconocidos para un occidental. Cada dos por tres un “pinoy” (filipino en tagalo) me decía que debía conocer una región muy bonita de su país. La isla de Palawan fue un sonido que repetidamente salía una y otra vez de cada amigo “filipa” que me cruzaba. Es un diamante en bruto. Los extranjeros no lo conocen y sólo la frecuentan los filipinos que escapan de la capital, Manila, para tomarse un respiro. Desde el 2014 que hay un mínimo desarrollo turístico en la zona, pero lejos aún de explotar como destino exclusivo internacional. “El resto del mundo no tiene ni idea de lo que se está perdiendo”. Era hora de tomar cartas en el asunto. Es momento de hacerles caso. Un local nunca puede equivocarse. Palawan me acaba de volar la cabeza.
El que no sabe va a Tailandia, el que sí, a Filipinas (Dr. Bizarro 2017).