La primera vez que estuve en Maldivas fue hace 5 años. En aquella oportunidad, fue por trabajo. Después de laburar como un perro durante un vuelo nocturno eterno, con mis compañeros nos alojamos en la capital, Male y luego de una lavada de cara veloz, seguimos derecho sin dormir hacia un nuevo point. Nos subimos a una lancha y una hora de navegación y un par de cervezas más tarde, llegamos a otra islita que compone una más de las 1000 que forman este hermoso país. Fuimos a pasar un día de playa en un resort. Entre la falta de sueño, el chupi, el cansancio y el sol furioso, no logré registrar bien como se llamaba ni dónde quedaba ese lugar alucinante donde me habían llevado. Veía esas chozas montadas sobre el mar y pensaba para mis adentros que algún día, me encantaría quedarme a pasar una noche en un lugar así. Hoy sin fines laborales obligatorios mediante, elegí al azar uno de entre cientos de hoteles / islas que están desperdigados por esta parte alienada del océano indico. ¿Cuántas probabilidades hay de que de sin querer con ese mismo? Son más de 1200 islas… Más de 200 hoteles… Primero reconocí una hamaca paraguaya estratégicamente colocada entre dos postes. Después, la forma única de la playa. Y para rematarla, esas mismas casitas sobre el agua. Heme aquí, cinco veranos más tarde, encontrando de pedo esa aguja en el pajar (o ese pez payaso entre el coral).
Lo que está destinado para uno, es (incluso a un mundo de distancia).