Lo abandonado. Esa mística de un pasado lleno de anécdotas. Historias de gente que nunca conociste que transpiraron sangre y sudor por esas mismas esquinas. El olvido. Cuentas pendientes. Leyendas inconclusas. Siempre me fascinaron los edificios abandonados. Las ciudades fantasmas son una perdición. Hoy en día se lo conoce como “exploración urbana”. Una postal congelada de la vida de antaño para el disfrute a futuro. Imaginar lo que se le cruzaba por la cabeza al tipo que volvía en su barquito luego de pescar pulpos en la bahía. Y ese que salía de rezar en la mezquita y se preparaba para cargar la montura de su camello con alforjas llenas de incienso. Y el panadero de la casita esa que inundaba la cuadra de aroma a pan árabe recién horneado. Y los piratas volviendo luego de un paseo por el Indico. Y el sultán enfundando su espada curva. Y un galeón ingles viendo donde tirar el ancla. Y el fuerte con sus cañones listos para disparar. Y los jinetes en sus caballos elegantes galopando a lo lejos.
Y mi cabeza que va a mil.
Mirbat, Omán.