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Pasteurizado Bizarro

En cada esquina. En zonas más transitadas y en otras no tanto. Bajo el intenso calor, una especie de carrito con una sombrilla se repetía una y otra vez. Los colores me llamaban la atención. Tres contenedores puestos uno al lado del otro: rojo, celeste y marrón. Como un puestito de panchos o un pochoclero móvil. Caminaba más y más, y mi curiosidad crecía junto a mi andar. Listo, no se que será, pero lo voy a probar igual. Es que la gastronomía es una parte vital de la cultura de un país. El viajar, se experimenta con todos los sentidos. ¡El del gusto no podía quedar afuera! Conocer un país nuevo implica catar sus platos típicos. Por eso no podría ser vegano / vegetariano nunca, es que me estaría faltando una pieza clave de la magia del descubrimiento (sería como ir a Disney y no sacarse una foto con el ratón Mickey). Eludiría voluntariamente un aspecto fundamental de la comprensión exploradora. Listo, lo pruebo y ya. Deme dos por favor camarada. Uno del colorado y uno del color del cielo. Ahí va: 1,2,3,4 como dirían los Ramones. ¡Hey Ho Lets Go! Empinar y llenarse una bocanada. No pude seguir. Ahí quedó. En mi boca. En mi cerebro. Una textura espumosa con un sabor salado y rancio en simultáneo. Si tuviese que compararlo con algo sería algo así como un licuado de roquefort… Me costaba tragarlo, es que yo le entré con ganas como si fuese un juguito. En ese microsegundo me vino un bloque de información de mi subconsciente. Era la bebida tradicional de la región, la que toman para el desayuno, la merienda o simplemente cuando tienen sed. Lo había leído en algún lado hacía solo un par de semanas: LECHE DE CABALLO FERMENTADA (Kymyz). Me acordé de las expresiones de amigos extranjeros cuando les daba para probar dulce de leche. «Gracias, pero no podría saborear más» me decían luego de una cucharadita (especialmente los europeos). 

Recuerdos empáticos / Sabores desconcertantes / Un paladar que no terminaba de entender / La aventura de viajar