Los últimos 1000 metros son los peores. Siempre. Por un lado, porque durante las últimas 48 hrs, se escala un promedio de 7 cada día y se duerme entre 4 y 5 para el culo. La altitud no descansa bien el cuerpo, el frío no deja dormir y la poca cantidad de oxígeno en el cocotero tampoco ayuda demasiado. El ascenso final se hace desde la medianoche. 00:25 para ser exacto. Cuatro pares de medias (unos soquetes, dos térmicas y las titulares de San Lorenzo), una remera, una camiseta térmica, un polar, un buzo, una campera, un gorro de lana, dos capuchas, unos guantes metidos dentro de los bolsillos y una linterna. No se ve un pomo. El cansancio, la fatiga y el frío extremo sumado al viento, arrojan unos -8 grados en esa tremenda pendiente. Mientras escalo con mis manos y mis pies, me voy quedando dormido. La fatiga es atroz. Como cuando vas manejando por la ruta de noche y se te cierran los ojos, igual. Son 6 horas aproximadamente hasta que se hace cima conjuntamente con el amanecer dentro de ese entorno agresivo. No me queda más energía y ya me arrastro por inercia. Solo sigo un diminuto haz de luz que tira mi lámpara de cabecera. Trato de que mi imaginación me mantenga despabilado. Es casi imposible. No puedo más, me duermo mientras camino. El guía delante mío, me dice que si no doy más, que solo me apoye “de parado” contra una roca por no más de 1 minuto. Eso es todo. Si te sentás , los músculos se contraen, acalambran y congelan, entonces, no te podés mover más. Si te quedas apoyado contra una roca, podes tomar un respiro, pero por no más de 1 o 2 minutos, porque si no, te empezas a congelar y en menos de 10, te morís de hipotermia. O seguís caminando dormido hasta que salga el sol y se caliente un poco la atmósfera (faltaban 3 horas) o te quedas parado y te morís. ¡Que opciones! Solo el movimiento mantiene el calor corporal. Mi mente me daba vueltas para tratar de mantenerme despierto. Conceptos y preguntas abstractas surcaban mi cabeza: “¿Qué significan las letras YKK escritas en todos los cierres universales?”; “¿Por qué a Gloria Trevi le gusta usar el pelo suelto?”. Ni puta idea. Justo cuando creí que dejaba mi cuerpo carnal en esa pendiente, me di cuenta de que había llegado hasta el último de los 5895 metros. Estaba en la cima. En esa milésima de segundo me di cuenta que el dolor, el cansancio y la fatiga extrema no importaban más. Todo me chupaba un huevo. Todo había valido la pena. Había conquistado el pico más alto del continente africano. ¡Estaba en la cima!
Miré para la derecha y para la izquierda. En esa
cumbre, faltaba algo, como cuando te das cuenta de que al lado de la mesita de
luz no está el velador de siempre. ¿Y FACUNDO ARANA DONDE ESTA? ¿Cómo es que no
se encuentra en la cima de cada montaña del mundo iniciando una campaña para
solidarizarse con alguna causa? Seguro que está en Sierra de la Ventana
comiéndose un asado, con una remera que induzca a la gente a donar glóbulos
rojos o algo similar. ¿Dónde está “Willy” de “Montaña Rusa, La Otra Vuelta”
cuando uno realmente lo necesita?
La sensación de felicidad que me recorría el cuerpo era y es difícil de describir. Pocas veces tuve un sentimiento de satisfacción tan puro. Los primeros rayos solares se asomaban detrás del horizonte y lo más parecido al milagro de la vida tuvo lugar ante mis ojos. El sol naciente me escaneaba el cuerpo de abajo hacia arriba. Mis pies se comenzaron a calentar, luego mis rodillas hasta llegar a mi petrificado rostro. Un rayo se posó sobre mi cara y reconfortándome con una tibia delicadeza me dijo “lo lograste, te felicito”. En ese milisegundo, no pude más y me largué a llorar.
Observé esa elevación por última vez. La vista era magnífica. El glaciar sembraba un silencio imponente. Mi cansancio también. Hasta siempre Kilimanjaro.