Lo leí en algún libro de chico. Lo vi en algún documental de National Geographic. La historia de los camellos afganos importados para hacer el recorrido que unía el sur de Australia con el centro. Exploradores, misiones militares y un nuevo mundo desconocido. Miraba por la ventanilla del mítico tren Ghan. Ese del cual había escuchado, leído y visto innumerables veces a pesar de no haber estado nunca. Pasaban los kilómetros. Corrían los usos horarios de aquí para allá. El cruce entre el sur y en norte australiano marcados por un cartel oxidado. Observaba unos canguros que se perdían a lo lejos. Se asustan y huyen como las vacas cuando el tren pasa cerca. Estos no corren, estos saltan. Lagos rosados, salinas gigantes y pueblitos diminutos pasaban y pasaban. Estaba recorriendo un pedacito de una historia ajena, pero que tanto me atrapa. Qué país enorme. Cuanto más por descubrir. Hoy me adentré en una parte poco conocida del mundo para la mayoría (incluso para los mismos australianos). No dejaba de observar cada detalle a través de esa ventana de ese tren, ese que vengo siguiendo desde que era chiquito.
De pronto arribé a Alice Springs: El ombligo de Australia. La ciudad que está en el centro del continente. Contemplaba desde su mirador el pueblo de 28.000 habitantes que viven aislados de la vida. En la loma del culo de todo a la redonda. Creo que, si le metes dos reactores nucleares en el fondo, es igual a SPRINGFIELD.
Cruzar de Sur a Norte el continente australiano en tren. Hoy cumplo un sueño de la infancia.