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Colada Azteca

Nos pararon en la puerta y nos dijeron (a mis amigos y a mi): “son 80 pesos para entrar”. No sé si habrá sido la intensidad del deseo, pero un pensamiento que derribó barreras, sumado a una rápida y veloz mentirita (ej.: conozco a Roberto Gómez Bolaños y me está esperando adentro) nos posicionó en tiempo récord en el interior de ese anillo de magia y nostalgia. Un pasadizo, un túnel y finalmente un puentecito que iluminó el camino a través de la fosa me dejó casi sin tiempo para la emoción dentro del cuadrilátero verde. Entré con el pie derecho al campo y contemplando ese arco de triunfo con forma de gol, me acosté y pude besar el césped de esa cancha de fútbol única. Un imperio que dejó vestigios edilicios de su grandeza. Un VHS titulado “Héroes” que aún sigue girando en alguna videocasetera de cuatro cabezales. 1986 fue ese año que no podré olvidar jamás. Ese día que me colé al Estadio Azteca y entré cual gladiador al coliseo romano, tampoco.