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Crónica de un atardecer agitado (y bizarro)

Una jornada completa de relax junto al mar, fue la necesaria para apaciguar el desgaste de un largo y extenuante día laboral aeronáutico, que se había finiquitado (como un after office pero con más onda). La mañana siguiente, comenzó bien tempranito, 7:30 am horario maldivo (oriundo de Maldivas, no un “divo” que se porta mal). Al ver un buffet libre de hotel de lujo, uno tiende a querer comerse todo, simplemente porque está incluido (llegué a la conclusión de que es una mentalidad universal y no exclusiva Argentina). Así fue que me subí a una lanchita que me trasladó hasta el aeropuerto (montado sobre otra islita), para finalmente terminar incorporándome a mi tarea laboral rutinaria (allá arriba), donde tuve la infortuna de tapar el inodoro en medio de las nubes con una diarrea atróz (peor que el tsunami más embravecido). Consejo: No mezclar pescados y mariscos locales con mousse de chocolate.

Casi cinco horas de vuelo y no sé cuántos miles de kilómetros y descompostura gastrointestinal más tarde, me subí a un auto en Dubai y manejé más de 100 km hasta Abu Dhabi. Ahí me esperaban unas entradas milagrosas (que me había ganado) para la Formula 1. Tal premio consistía en un combo automovilístico descomunal de acceso a las tres fechas y un permiso para recorrer los boxes e inmediaciones del autódromo, a aquellos primeros 40 que llegasen a un local de electrónica en un Shopping específico (clasifiqué número 29). Viví el sueño de presenciar una carrera de F1 en vivo y en directo (aún me tiemblan las piernas de la emoción, no de la cagadera). Uno de esos objetivos de la infancia que siempre quise cumplir, desde que construía circuitos en la “arena mojada” de las playas del Sur de Mar del Plata, con aquellos autitos de plástico con una “cucharita” incrustada reemplazando las ruedas delanteras (nunca entendí para que servía, pero todos mis amiguitos le metían una, aduciendo a que le daba mayor velocidad al deslizarse sobre la superficie arenosa). 

Me emocioné, reivindiqué al LOTUS de los ochentas con la leyenda “John Player Special” en sus laterales, para continuar con la segunda etapa, que incluía el show de cierre, de la mano de los gloriosos DEPECHE MODE. Para poder ingresar al estadio (adyacente al circuito) debía deshacerme de mi cámara, ya que el ingreso de las mismas está prohibido en los recitales. Para ir de los palcos hasta el estacionamiento, hay un bus que recorre el extenuante e interminable predio (Yas Island). En el apuro de llegar a tiempo a la carrera (es que me acababa de cruzar medio globo y casi no llego) dejé el bólido donde pude y nunca tomé el recaudo de prestar atención o anotar la ubicación. Para tener una idea del tamaño de ese estacionamiento, imagínense el parking de 10 Carrefours juntos, uno al lado del otro. Era inmenso y lo único que recordaba a esa altura, era que lo había dejado sobre el pasto y no sobre el cemento (gran ayuda). Me pasé exactamente una hora y media caminando como un boludo en medio de la oscuridad tratando de encontrar mi vehículo. No había puta chance. Iba para allá, volvía para acá. Con el control remoto en la mano, apretaba el botoncito apuntándole a la nada una y otra vez, esperando que se prendan las luces del mismo al destrabarse los seguros, pero nada. Ya al borde de un ataque de nervios y mostrando claros brotes alucinatorios, la desesperación me llevó a encararle con el control a Lamborghinis, con el objetivo milagroso de que en alguna de esas, una abra y me termine subiendo a una coupé Aventador por obra divina. Entré en un rapto de locura total, cagándome encima y tratando de tragarme una pastilla de carbón sin agua (no es cosa fácil). Fue en ese instante de delirio que tomé una de las decisiones más INCOHERENTES: LLAMAR A MI MUJER (¿para qué?). Casi en estado de llanto (como un nene de 6 años perdido en la playa, en hombros de un ser solidario que hace palmas para que la madre lo venga a buscar) apelé a ese sexto sentido del sexo opuesto. Sin razón lógica alguna, a más de 100 kilómetros de distancia (en otra ciudad) y sin entender nada, atendió el phone:

ELLA: ¿Qué pasó?

YO: No me vas a creer… Estoy a punto de perderme el recital de Depeche, porque me vine hasta la loma del culo del estacionamiento a dejar la cámara en el auto y resulta que ahora que no lo encuentro…

ELLA: Buscá bien (con ese tono especial de voz que solo una fémina puede poner).

En ese momento (no fueron más de 10 segundos de conversación) sucedió un fenómeno maravilloso. Me lo llevé puesto (no es joda, me lo choqué). Logré ver sus luces que se prendían por orden del control remoto a exactamente UN METRO de distancia. Guardé mi mochila, volví corriendo para tomarme el bus que me llevaría de vuelta hasta el estadio y este arrancó lentamente (demasiado). Llegamos hasta la puerta del recinto (pero de la vereda de enfrente) y el chofer se negaba a dejarnos bajar ya que debía dar toda la vuelta al predio, para poder liberarnos del otro lado del cantero divisor (tenía órdenes expresas de hacer exactamente eso). Pretendía meterle 5 km derecho hasta agarrar una rotonda y volver esos 5 km por el mismo camino, pero de la otra vereda. La gente empezó a putearlo en una variedad infinita de idiomas (faltaban solo 5 minutos para el comienzo del recital) y el “fercho” (♫ apure ese motor, que en esta cafetera nos morimos de calor ♫) se mostraba cada vez más emperrado en no abrirle a nadie (menos onda que jacuzzi desenchufado). Una señora rusa empezó a gritarle y a decirle que si no paraba y abría, llamaba a la policía y lo denunciaba por secuestrador. Ante el exabrupto de la “mamushka”, clavó los frenos en medio de la avenida y nos dejó salir a todos (unas 20 cuadras más lejos de donde debíamos bajarnos originariamente). Empecé a correr por medio de la calle sin consuelo, sintiendo que lo que estaba viviendo era tan irreal como el título de un especialista en “puntas de cabello dañado” (¿existirá de verdad el Instituto de Investigación de Sedal?).

De repente, un indio en una combi, pasó ofreciendo alcanzar a quien quiera hasta el estadio a cambio de una desorbitante suma de dinero (algo así como 30 usd por 3000 metros de recorrido). Al borde del llanto (una vez más) un hombre calvo, apareció de la nada y se ofreció a invitar a quien quisiera a pagarle el boleto. Me da la mano y me pregunta de qué nacionalidad soy. “Yo soy inglés”. “Yo, argentino” respondí. Medio mamado, me dice que dejemos los resentimientos de lado y que disfrutemos de la fiesta de Depeche. Acto seguido, me presenta a su esposa ucraniana y a su cuñado (en medio del trayecto). El “cuña”, ante mi respuesta de que yo trabajaba en el rubro aeronáutico, saca una tarjeta comercial de su bolsillo y me comenta que vende piezas de repuestos y válvulas para aviones. Le dije que yo solo era un empleado, no el gerente de compras; él seguía insistiendo en que hagamos algún tipo de negocio (sería como que a un chofer de taxi, alguien quiera venderle bujías de tractores al por mayor). Por suerte llegamos y me bajé lo más rápido que pude. El ucraniano, seguía pidiéndome mis datos y yo corría ante el primer acorde que se escuchaba desde el interior del anfiteatro. Me estaba cagando encima nuevamente; me ardían los hombros de la quemadura de sol que me pegué nadando entre pececitos de colores en las Islas Maldivas; estaba resfriado y con la congestión y la compresión del avión, se me taparon los oídos y apenas podía escuchar mi propia voz (me encontraba en un estado calamitoso).

Una vez adentro, lo veo al legendario Dave Gahan intacto por el paso de las décadas, refregándose el pie del micrófono por entre sus genitales para que, acto seguido encare con el hit del recuerdo “PERSONAL JESUS”. ¿Pero este muchacho qué se piensa? ¿Se cree que sigue en el reviente y libertinaje europeo? ¿No se dió cuenta que está en un país islámico, emulando comportamientos sexuales impúdicos con un elemento de amplificación de sonido mientras canta?

Mi día llegó a su fin. Siempre había querido asistir a una carrera de verdad. Desde la década del 90’ que quiero ver a los voceros del pop oscuro y retorcido inglés, en vivo. Me había dado la panzada de hacer un 2×1, cortesía de un concurso loco salido de la nada y la devoradora capacidad de acortar distancias enormes con la más variada gama de medios de locomoción.

Manejé ciento y pico de kilómetros de vuelta y me di cuenta de que si a esa altura, entre el cansancio y las mil revoluciones que tenía encima, me preguntaban quién cuerno ganó la carrera, lo primero que se me vendría a la mente sería DEPECHE MODE, por un cuerpo de belleza ochentosa de distancia. Una serie de pensamientos adornaban esa autopista de regreso, que a esa altura, era la única que me estaba separando de mi camita.

Reflexion1: Es imperiosamente necesaria la presencia física o espiritual de una mujer para que le ayude a un hombre a encontrar sus llaves, un par de medias e incluso, un AUTO.

Reflexión 2: Los ingleses se ponen en pedo y quieren a los argentinos. Un dictador borracho nos mandó a la guerra en Malvinas, entonces, si ambas partes coexistieron siempre alcoholizadas ¿en qué fallamos?

Reflexión 3: Recién en el ULTIMO tema del recital, se me destaparon los oídos totalmente y pude volver a escuchar. ¿Me están jodiendo?

Reflexión 4: Me crucé medio atlas en lancha, avión, auto, bus y corriendo. Lo único que me mantuvo entero fue una diminuta pastillita de CARBON (¡aguante el C6!).

Reflexión 5: Llevo casi 24 horas sin dormir y me encuentro escribiendo estas líneas. Si nada de lo que usted está leyendo tiene coherencia, ya sabe por qué es. Olvídese de lo leído y téngame paciencia (o lástima).