Me crié tomando leche “La Serenísima” regada con químicos de Monsanto. Fui al “Waterland” de Mar del Plata y no exploté por los aires. Visité el “Italpark” y no salí despedido del carrito. Me di una vuelta por “Ferimar” (♫♬ Juan B. Justo 60, puerto♫♪) y no me prendí fuego. Comí en todos los tenedores libres chinos de Mar del Plata y no me morí de un cuadro de reflujo gastroesofágico severo. Soy de la generación que fue bombardeada por la moda de colores fluorescentes de los 90’ y aún continúo con mis funciones cognitivas intactas. Conviví junto a cuatro gobiernos peronistas y no caí debajo de la línea de pobreza. Me fumé los pedorros éxitos de todos los veranos juntos: Banda Blanca con “Sopa de Caracol”; Los Ladrones Sueltos con su “Rubia en el avión” incluso a Chayanne con “Salomé” y no perdí la audición. Tuve sexo en una catedral de Nueva Zelanda y Dios no me castigó. Mastiqué chicle en el metro de Singapur y no me multaron. Estuve en Yemen y volví entero. Me fui de luna de miel a Chernobyl y no me creció un tercer pezón a la semana. Le hice “Fuck You” a un cartel de Margaret Thatcher en Malvinas y no fui preso. Caminé por Constitución y Abasto y nunca me afanaron. Le ofrecí una copa de champagne en la vía pública, en la puerta de una comisaria, a un policía y no solo no me metió en el calabozo, sino que me dijo: “no, gracias”. Crucé navegando el Cabo de Hornos en más de diez oportunidades y no vomité ni una sola vez. Cada día me voy a trabajar colgado del aire, sobre el eje de un caldero de furia llamado “Medio Oriente” y vuelvo vivo. Hoy surfeé olas que triplicaban mi altura y centuplicaban mi fuerza y no me ahogué. Estoy llegando a la conclusión que: o soy inmortal o un superhéroe bizarro.