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KILIMANJARO PARTE I (ARRIBA)

Esos anhelos alejados que parecen casi imposibles, un día cualquiera comienzan a tomar una forma concreta de sustentabilidad. Solo hace falta dar con esa persona que esté tan loca como uno, para potenciarse ambos. Así fue que con un compañero de trabajo acordamos llevar adelante un deseo compartido: escalar el pico más alto del continente africano. Meses de preparación y logística fueron consensuados hasta tener los últimos detalles listos. Cómo llegar, con qué elementos, etc. Entrenar bien y prepararse mentalmente, eran algunos de los pormenores que fuimos puliendo paulatinamente. Así llegó la famosa fecha de partida hacia una nueva aventura increíble, todo estaba encaminado. Con la mochila lista y la motivación por los aires, a tan solo horitas de tomar nuestro vuelo, mi amigo me llama desde un domicilio muy particular: “Hola, no me vas a creer pero, estoy en la cárcel. Me detuvieron por 48 horas y me retienen el pasaporte durante 5 días, perdón…”.

Mi camarada había tenido una disputa verbal con el propietario de su departamento con respecto a un desmedido y desorbitante aumento de la renta. Algo así como un 45% de incremento de un mes a otro sin previo aviso. La charla se había intensificado y mi colega le habría dicho un par de cositas ásperas, así como también, se habría negado a pagarle tan delirante abultamiento de suma. Por consiguiente, el dueño del inmueble le hizo una denuncia en la comisaria y mi amigo al presentarse a trabajar, fue capturado por el personal policial y puesto a disposición de la justicia (en Emiratos se jode poco).

Muchas veces uno recibe justificaciones de todo tipo y color. “Que internaron a mi tía”; “Que choqué y tengo muchos gastos extras”; “Que me fracturé la pierna”; pero algo tan original como “Mañana no voy a poder ir porque estoy en el CALABOZO”, se lleva todos los laureles. Mucho no podía hacer a esa altura, más que alcanzarle un paquete de cigarrillos o una torta con una lima escondida hasta la comisaria. Todo estaba pago y no había devolución, a lo que en un estado aún de consternación y de un momento a otro, me encontré embarcándome en esta odisea en total desolación (como la comunidad fierrera en el aniversario de la muerte de Paul Walker).

Llegar a Tanzania completamente solo, le ponía menos claridad a mi presente que un cortometraje dirigido por Tim Burton (¿y el optimismo dónde está?). El continente africano es impredecible y si bien ya había estado varias veces, nunca lo había hecho en un estado de desamparo total. Sorpresivamente me encontré con una infraestructura un poco mejorada si la comparamos con su vecina Kenia. Todo es una versión levemente superior. Las carreteras están mejor mantenidas; hay menos pobreza; menos suciedad; un poco más de organización y a la gente se la ve menos cargada de resignación y frustración social (expresiones libres de enojo).

El punto de partida hacia la hazaña era una de las localidades más cercanas a la montaña. La elegida fue Arusha, una modesta urbe de gran atracción turística, no por sí misma, sino por ser el lugar de conjunción de donde salen los safaris hacia el Serengueti y las expediciones de alpinismo.

Ya desde el arranque, la palabra cabecera de esta hazaña fue “Pole Pole” (“despacio, despacio” en lengua swahili). Con los botines de punta le encaré a la pendiente a matar o morir. Sentía una fuerza vigorosa interna imparable que pedía pista a gritos. Un Javier Mascherano me susurraba al oído “Hoy, te convertís en héroe de las alturas” y mi inflado pecho no podía hacer menos que obedecerle. La furia me duró unos 45 minutos aproximadamente, hasta que me di cuenta que el corazón estaba por estallarme y el aire no me llegaba a los pulmones (y aún me quedaban 5 horas más hasta alcanzar la primer base). Mi guía tenía razón, solamente con paciencia y pasito a pasito se llegaba hasta el objetivo. Las excursiones de montañismo engloban un grupo de personas que facilitan la concreción de la misión, sin ellos, absolutamente nada sería posible. A menos que lleves tu mochila, tu tienda de campaña, una garrafa de gas, una cocina, alimentos para 7 días y ropa de abrigo al hombro; no existe manera alguna de que un ser humano promedio pueda concretar dicha proeza. La ayuda de los “porters” es primordial y realmente creo que estos muchachos merecen un capítulo aparte. Además de calzar sus mochilas, llevan sobre sus cabezas bolsas con todo el equipamiento mencionado con un peso de hasta 20 kilos cada uno.

El recorrido hacia la gloria está compuesto por diferentes rutas o metas. Se comienza bien tempranito por la mañana, alrededor de las 7 am. Cada tramo entre una base y otra involucra un promedio de 7 horas de escalada diaria. Al llegar a cada campamento, los porters que salieron con el triple de peso que uno sobre sus espaldas, no solo te doblan en velocidad durante el trayecto, sino que arriban antes, para armar la carpa, cocinar los alimentos y estar esperándote con la comida lista. Recuerdo en mi segundo día llegar con la lengua afuera, medio moribundo, con todo el cuerpo transpirado y un pedido de alquiler de pulmotor urgente y encontrarme con el te servido junto a un bowl de pochoclo calentito recién hecho. Los muchachos, inmutables sentados sobre una roca con su clásica sonrisa blanca de oreja a oreja, estaban escuchando música en una radio portátil y fumándose un porrito, mirándome con expresión de “ya era hora de que llegaras hermano”.

Creo que si juntamos 200 de estos, en una semana recuperamos las Malvinas.

Con el correr de las jornadas, el cuerpo se empieza a deteriorar lentamente. Más y más. El desgaste es progresivo, no solo por el hecho de estar forzando cada músculo al extremo, sino por el combo que trae la epopeya en sí misma. Dormir en el piso no ayuda mucho a relajar las articulaciones. Las temperaturas caen a bajo cero durante la noche y nunca pensé encontrarme en una situación en la que deba yacer dentro de una bolsa de dormir preparada para soportar hasta -18 grados con 3 pares de medias, la campera y los guantes puestos. El sol rabioso y el frío cortante, no contribuyen en la humectación de los labios ni la piel del rostro, por lo que los herpes y las quemaduras se asoman al caer la penumbra. La lucha contra la resistencia es puesta en práctica.

Todo duele. Todo cansa. El aire no alcanza. El calor se escapa. Las noches son frías. Pole Pole.

La geografía va variando, obsequiando un viaje entretenido y llevadero, pasando de un bosque húmedo con monos blancos y negros saltando de rama en rama, a pasar a zonas áridas con arroyos, cuevas y vegetación autóctona sorprendente. A partir de una determinada altura (ya hay hielo) se va tornando muy divertida la tarea de ir rompiendo con el pie cada charquito congelado que me voy encontrando. Hay momentos en que son necesarios los palos para ayudarse a avanzar ante una pendiente abrupta (como los de esquí) y en otros es necesario guardarlos, para meterse de lleno con manos y pies a trepar sobre rocas pronunciadas. Hay ratos en que se puede ir un poco más rápido y otras donde hay que hacer “pasitos de bebe” sí o sí. Los mismos no ocasionan demasiado desgaste, pero reducen el tiempo de avance notablemente. Hay ocasiones donde la altitud genera mareos y hasta ganas de vomitar (sin mencionar la dificultad para respirar) y otras donde hasta se complica el mantener el equilibrio.

La cumbre más elevada de África se hace desear. También mis ganas de ir al baño. Con tal de no bajarme los pantalones térmicos y congelarme el culito, estuve haciendo malabares por aguantar hasta las últimas consecuencias (récord absoluto: 72 horas sin hacer lo segundo). Pensar que hacía solo una semana estaba festejando mi cumple en Kuwait, en un contexto totalmente diferente, en un cómodo hotel que me recibía con caprichitos burgueses, mientras que hoy la realidad es profundamente desigual (en la variedad está la diversión). La rutina nocturna de vestirme con 4 capas de ropa de abrigo, introducirme lentamente a presión como si se estuviese fabricando un chorizo colorado dentro de la bolsa de dormir, no es fácil. Se necesita de mucha precisión y paciencia. Entre tanta vestimenta puesta y el tamaño de esta, los espacios se generan con estrujamiento puro. Esta bolsa tiene la particularidad de cerrarse a lo largo con un cierre, dejando únicamente la cara al descubierto como si uno fuese un capullo humano o el recordado Jorge Guinzburg disfrazado de preservativo en el sketch de “Póntelo y Pónselo”. Finalmente, queda acomodarse sobre el colchoncito térmico, para lo cual hay que rodar sobre el piso de un lado a otro hasta que, tanteando y utilizando el instinto, uno termina más o menos sobre el mismo (la abultada cantidad de indumentaria dificulta el tacto, haciendo que la pericia logística sea un tanto complicada). Una vez logrado todo esto, hay que tratar de calzarse los guantes, los cuales tenía guardados dentro de los bolsillos de la campera. Listo, lo logré. Ahora cierro los ojitos y me duermo. 30 minutos más tarde, me estoy meando y debo sacarme todo este envoltorio para volver a empezar (y eso sucede un promedio de 3 veces por velada).

Me advirtieron que el día siguiente debíamos “desayunar” bien tempranito, a eso de las 6:30 am. Listo, dijo un Memín regulador de energía a cuenta-gotas. Al amanecer, salté de la bolsa (no cuesta mucho, ya que se duerme mal siempre) y tomé mi tacita para buscar mi infusión matutina junto a unas ricas galles. Para mi chasco, la expresión “desayuno” es empleada para denominar la forma de arrancar ascendiendo una bruta pared vertical que se sitúa directamente frente a nuestro emplazamiento de pernocte, a primera hora (así es como se arranca). Yo con un café con leche y dos medialunas estaba bárbaro…

Arrastrarse con pies y manos. Caminar erguido. Empujarse con la ayuda de palos. Hacer pasitos cortos. Hacer pasos un poco más largos. Bajar el ritmo cuando el terreno es un poco más llano. Todo sirve y todo se utiliza. La desgana se acentúa al llegar al día número 5 (el penúltimo). Cualquier mínima acción resulta maratónica.

Los últimos 1000 metros son los peores. Por un lado, porque durante las últimas 48 horas, se escala un promedio de 7 y se duermen entre 4 y 5 (para el culo). La altitud no descansa bien el cuerpo, el frío no deja reposar el físico y la poca dosis de oxígeno en el cocotero tampoco ayuda demasiado. El ascenso final se hace desde la medianoche, 00:25 para ser exacto. Cuatro pares de medias (unos soquetes, dos de lana y las titulares del CASLA), una remera, una camiseta térmica, un polar, un buzo, una campera, un gorro, dos capuchas, unos guantes metidos dentro de los bolsillos y una linterna. No se ve un pomo. El cansancio, la fatiga y el frío funesto sumado al viento arrojan unos -8 grados en esa tremenda pendiente. Escalando con mis manos y mis pies, me voy quedando dormido. El agobio es atroz. Como cuando vas manejando por la ruta de noche y se te cierran los ojos. Igual. Son 6 horas aproximadamente hasta que se hace cima conjuntamente con el amanecer dentro de ese entorno agresivo. No me queda más energía y ya me arrastro por inercia. Solo sigo un diminuto haz de luz que tira mi lámpara de cabecera. Trato de que mi imaginación me mantenga despabilado. Es casi imposible. No puedo más, me duermo mientras camino. El guía me dice que si no doy más, que solo me apoye “de parado” contra una roca por no más de 1 minuto. Eso es todo. Si te sentás, los músculos se contraen, acalambran y congelan, entonces, no te podés mover más. O seguís caminando como sonámbulo hasta que salga el sol y se caliente un poco la atmosfera (faltaban 3 horas) o te quedás parado y te morís de hipotermia. ¡Qué opciones! Solo el movimiento mantiene el calor corporal. Mi mente daba vueltas para tratar de mantenerme despierto. Conceptos y preguntas abstractas me atormentaban: “¿Qué significan las letras YKK escritas en todos los cierres universales?”; “¿Por qué a Gloria Trevi le gusta usar el pelo suelto?”. Ni puta idea. Justo cuando creí que dejaba mi cuerpo en esa pendiente, me di cuenta de que había llegado hasta el último de los 5895 metros. Estaba en la cumbre. En esa milésima de segundo me percaté que el dolor y el cansancio extremo no importaban más. Todo me chupaba un huevo. Todo había valido la pena. Había conquistado el pico más alto del continente africano. ¡Estaba en la cima!

Miré para la derecha y para la izquierda. Faltaba algo. Como cuando te das cuenta de que al lado de la mesita de luz no está el velador. ¿Y FACUNDO ARANA DONDE ESTA? ¿Cómo es que no se encuentra en la cima de cada montaña iniciando una campaña para solidarizarse con alguna causa? Seguro que está en Sierra de la Ventana, con una remera que induzca a la gente a concientizarse sobre la donación de glóbulos rojos o algo similar. ¿Dónde está “Willy” de “Montaña Rusa, otra vuelta” cuando uno realmente lo necesita? Hubiese requerido una ayuda magistral, una mano amiga que me arrastre hasta lo más alto, pero ni te asomaste por Kilimanjaro Facu (todo mal con vos). Yo también voy a ser solidario con la fundación Al Memín. Con una palma entumecida por haberme sacado el guante, tomé de mi mochila un cartel escrito con un fibrón negro y ante el mundo entero, resalté estar en la cresta más alta del continente, posando para la inmortalidad con la leyenda: DONEN BITACORAS BIZARRAS.

La sensación de felicidad que me recorría el cuerpo era y es difícil de describir. Pocas veces tuve un sentimiento de satisfacción tan puro. Los primeros rayos solares se asomaban detrás del horizonte y lo más parecido al milagro de la vida tuvo eclosión ante mis ojos. El sol naciente me escaneaba el cuerpo de abajo hacia arriba. Mis pies se comenzaron a calentar, luego mis rodillas hasta llegar a mi petrificado rostro. Un rayo se posó sobre mi cara y reconfortándome con una tibia delicadeza me dijo “lo lograste, te felicito”. En ese milisegundo, no pude más y me largué a llorar. Fue uno de los sacrificios más duros. Lloré una y otra vez. Entre llanto y llanto, solo tuve una pizca restante de energía para agradecer ese momento que muy pocos pudieron vivir en vivo y en directo. La última vez que había derramado una lágrima, casualmente también fue de felicidad y en el mismo continente, en Kenia para ser exacto, ese día que el Ciclón alzó la copa Libertadores de América (África evidentemente toca mis cuerdas emocionales). Para ser preciso, fui el primer escalador en pisar la cima el 28 de febrero del 2015 a las 5:50 am (consta en acta).

Mis sensaciones fueron ferozmente interrumpidas por el segundo grupo de escaladores que llegaron al sitio (unos 5 minutos después que nosotros). Un escandinavo con pinta de consternado me llama con el poco aliento que le quedaba.

ESCANDINAVO SIN ALIENTO: Disculpame, ¿de qué nacionalidad sos?

AL MEMIN BAJO CERO: Argentino.

ESCANDINAVO SIN ALIENTO: Entonces me vas a poder ayudar.

AL MEMIN BAJO CERO: ¿Si?

ESCANDINAVO SIN ALIENTO: Le podés explicar a mi “porter” como hacer funcionar la cámara de fotos…

REFLEXIONES:

1) Los argentinos evidentemente debemos tener una excelente reputación a nivel mundial como fotógrafos.

2) Si le respondía que era brasilero en lugar de argentino, ¿me pedía el favor igual?

3) No quisiera creer que me pidió apoyo porque era la única persona erguida sobre esa cima. Quiero creer que vió un talento artístico profesional latente en mi mirada…

Con la cabeza en otra galaxia (ahora más que nunca) le tiré una respuesta evasiva genérica, de esas que te dejan bien parado y al otro contento para que se vaya y evite seguir rompiendo las guindas. Ejemplo (dos madres encontrándose de casualidad en el almacén del barrio):

MAMI 1: ¿Cómo andás tanto tiempo? ¿Tu hijo/a cómo está?

MAMI 2: “Ahí anda, con sus cosas…”

REFLEXION: Situación que deja políticamente bien parado al hijo/a de la misma, disimulando que en realidad está metido/a hasta las bolas en la falopa.

Le expliqué que la gélida temperatura descarga las baterías y que si no sacás rápido, lo más probable es que ya se te haya escurrido el último tren del pixel (destino: Monte Kibo).

Observé esa elevación por última vez. La vista era magnífica. El sol creciente ahora dejaba ver todo con mucha más claridad. El glaciar sembraba un silencio imponente. Mi extenuación también.

Hasta siempre Kilimanjaro.

Bajamos los primeros metros cantando y haciendo el baile del “Kili” en simultáneo (danza de la victoria tradicional). La misma hace referencia a cada etapa que se va escalando hasta alcanzar el triunfo. Estas mismas, solo se logran con tenacidad y paciencia.

Pole Pole, Hakuna Matata / Despacio Despacio, todo va a estar bien.

Del culo del mundo al techo de Africa. Non stop.