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La Tia Aurora

La llegada al CIRCULO POLAR ARTICO archivó cualquier tipo de distracción, ya que aterrizar en una pista de hielo con 2 metros de nieve a los costados no es algo que pase todos los días. Todo sucedió con una velocidad increíble. Del avión a un hotel de hielo para brindar con un drink en su bar helado, para luego, trasladarnos dos horas por una carretera congelada y algún que otro alce confundido se cruzara por el camino para llegar así, al punto final. El pueblito de Abisko. Ahí, en los confines de la península Escandinava nos estaba esperando con una sorpresa inverosímil. Abrí la maleta, me puse 5 kilos más de ropa de abrigo y ya con la luna encima, escalé una pequeña montaña que demarcaba ser el punto más alto en esa región. Así fue, así sucedió. A horas de llegar a las coordenadas más septentrionales en las que había puesto pie en mi existencia, levanté la cabeza y vi una maravilla natural. La Aurora Boreal desfilaba por esa pasarela sin bordes, mostrando su mejor creación. Ni videos, ni fotos. Lo vi con mis propias retinas y puedo asegurar que ninguna imagen difundida previamente en la tele se logra asemejar un 10% a lo que es tener esa majestuosidad exhibiéndose, en primera fila, sin relatores ni patrocinadores. Primero una solita, luego dos por aquí y otra más lejos. Se agrandaban y se contraían. Intercambiaban del amarillo al verde con algún toque de purpura timidón (cabe destacar que sus fuertes colores resaltan al ser fotografiados, ya que el iris humano las percibe de manera mucho menos brillante).

Los dedos de mis pies me recordaban su existencia, al clavarme cuchillos gélidos de dolor como diciendo: “hermano, actívate porque nos congelamos”. Nada importaba, es que estaba en el lugar correcto y en el momento justo.

El cielo inspirado se movía de aquí para allá. Como olas despejando mareas, pero arriba, en el infinito, tapando las estrellas y estirándose de una punta a otra. Nunca había visto algo tan magnifico. La emoción me consumió por dentro y me puse a gritar como un loco. Allá a lo lejos, en otro cerro cercano, otra persona escondida en las penumbras me siguió con el aullido y juntos (pero separados) celebrábamos al estilo “hombre lobo”.