Salí una mañana calurosa y subiéndome a un moderno catamarán, decidí amigarme con el viento, y vela mediante, navegar por ese grupo de pequeñas estribaciones terráqueas conocidas como Islas Vírgenes Norteamericanas. Luego de comprender la parte de la clasificación geográfica y de la nacionalidad de pertenencia, seguí analizando en silencio que tendrían de Virginales las mismas, puesto que estaban re contra curtidas por el turismo, la explotación incansable de todos sus recursos y la construcción de un complejo hotelero al lado del otro, alejando la posibilidad de algún recuerdo de lo que fue en un pasado un himen geomorfológico sagrado, ahora convertido en un espacio más percudido y desgastado que fosa nasal de colectivero en semáforo rojo (en sus marcas, listos, sáquense un moquito, háganlo pelotita, jugueteen entre sus dedos y pongan primera que ya pasó al amarillo otra vez).