Una vez vi una foto de un volcán activo. Había gente caminando en su borde como si estuviesen dando la vuelta a la manzana. Me llamó la atención, es que no sabía que se podía subir hasta el labio y mirar hacia sus entrañas. ¿Dónde queda eso? ¿Etiopia? ¿Hay que llevar barbijo para no inhalar gases tóxicos? ¿Hay que escalar de noche para que el calor no te mate? ¿Hay que tratar de no tropezarse y caerse porque la roca filosa corta mucho? ¿Hay que dormir en el suelo bajo las estrellas? ¿Y si llueve? ¿Y si queres ir al baño? ¿Que si respiras los gases por más de 30 minutos te morís envenenado?
Cuanto más rebuscado, más me gusta. ¡Dale!
La vida está compuesta de extremos. Su amplitud es lo que le da ese colorido especial al transitarla. Me he alojado en castillos medievales en Irlanda; en hostels con baño compartido en Ecuador; en pocilgas en Ucrania; en hoteles 5 estrellas en Indonesia y en carpa en Yemen. Pero nunca había pasado la noche tirado en el piso de una choza de piedras, techo de paja y ratones que te despertaban por la mañana en la periferia de un volcán activo. ¡En la variedad esta la diversión! Por la noche varias ideas carburan el coco antes de cerrar los ojitos: ¿Y si explota el volcán mientras estoy dormido? ¿Y si uno de los roedores que andan dando vuelta me empieza a masticar el lóbulo de la oreja mientras descanso? ¿Y si un grupo de terroristas somalíes nos usan de tiro al blanco?
¿Y SI TE DAS CUENTA DE QUE ESTAS VIVIENDO UN MOMENTO UNICO?
Lo bizarro alimenta el espíritu.