Ayer fue un día diferente. Es que uno no se levanta a las 7:30 am, salta de la cama, se pone unas gafas y se va a ver un eclipse parcial de sol todos los días. Tomé mi cámara y mientras trataba de encontrar un ángulo entre los edificios de Dubai y de no quedarme ciego por mirar directamente a la estrella hiperluminosa; un instante mágico se abrió ante mis ojos. Reflejando en dos rascacielos a sus costados, se generó un aura de luz verde increíble. Un círculo perfecto, diría yo. Un segundo mágico. Tomé esta fotografía y justo detrás mío, había un banquito de plaza. Me senté a contemplar ese momento único y acto seguido me puse a meditar. Al retornar al planeta tierra, me incorporo y al darme vuelta, me encuentro con una mujer parada detrás mío observándome en silencio.
Ella: No quise interrumpirte, fue un momento único.
Yo: (pensando si debía darle las gracias o no por no interrumpir mi alineación de conexión mágica con el universo en medio de un eclipse) Si, lo fue.
Ella: ¿Estuvo lindo?
Yo: (pensando que no todos los días a uno le preguntan si su sesión de meditación divina con su yo cuántico estuvo bien, cuál camarero de restaurante top luego de servir un plato elaborado) Estuvo magnífico.
Ella: ¿Y como fue el eclipse?
Yo: (pensando que nunca me habían pedido recomendaciones de un acto galáctico como si fuese un estreno del cine) Está justo delante tuyo, míralo con tus propios ojos…
Ella: (tapándose los ojos) Ay no, no me atrevo, siento que es demasiada energía para mi…
Estar en el lugar exacto, en el segundo justo. Frente a ti, solo debes mirarlo. Un temor infundamentado paraliza el accionar y restringe la acción. El último eclipse en esa parte del mundo había sido hace 148 años y el próximo será dentro de 84. Una oportunidad que se esfumó. Todo por culpa de una suposición. Todo por desconocimiento a aquello que rompe a la media. Eso que descoloca. Eso que te frena.
Se te pasó el tren. Se te escapó la tortuga. Se te apagó el eclipse.