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Mucho gusto

Uno está tan metido en su realidad cotidiana que parece no darse cuenta que más allá de sus narices, hay todo un mundo que sigue su curso. La subsistencia, el día a día. Levantarse y empezar la rutina dentro de los límites geográficos, ideológicos, espirituales. Uno cree que, como se junta con dos o tres personas con similares inquietudes, la población entera piensa igual. Si mi vecino y yo tenemos problemas de agua, debe ser porque toda la ciudad anda con desabastecimiento. ¿Y si en realidad estuvimos tan metidos en nuestra ruedita de hámster que no tuvimos tiempo de parar y mirar para los costados? Algo así sentí al poner un pie en Uzbekistan. Desde que llegué, todo giró en torno a una figura histórica de heroicos tintes: Amir Timur. Los nombres de las calles, las plazas, sus esculturas colosales y sus museos le rinden homenaje. En el 1400, el tipo frenó el avance del Imperio Otomano y siguió dándole para adelante conquistando lo que se le cruzara hasta llegar a Estambul hacia el Oeste y Nueva Delhi al Sur. Es reconocido como uno de los mejores estrategas militares de la historia. Intrépido, no le temía a nada. Propagaba su legado por donde pasaba, tanto con la arquitectura descomunal como en innumerables aspectos culturales. Su Imperio ocupaba lo que hoy es actualmente Asia Central, incluyendo Afganistan e Iran. No me sorprendía tanto de sus hazañas (en realidad, sí) sino mas bien, de mi ignorancia total sobre su figura. Nunca había oído hablar de él. Nunca había visto su imagen, hasta llegar a ese sitio tan remoto. Para los locales, Timur era todo, para mí, alguien que me acababan de presentar. ¡Que loco! ¿no? Todo toma una cierta dimensión según donde uno se encuentre parado. Seguro esta gente jamás escuchó hablar de San Martin ni de Simón Bolivar. Tiene lógica. Uno se enfoca en su cotidianeidad. Su existencia inmediata. Su entorno. Salir a ver que pasa del otro lado está bueno. A mí, me abrió los ojos. Pasan otras cosas más allá (en realidad, pasan montones). Saltarse la tranquera del ideario rígido expande la masa encefálica. Yo agradezco una y otra vez. Viajar me ha mostrado qué poco sabía de todo y qué tanto me falta por saber. Hoy, sé un poquito más, al menos algo que hasta ayer no conocía (y no es poco).