Me sentía completamente alegre por lo inusual de la situación, de cambiar la playa por su contrapuesto y seguir fiel a mi estilo bizarro de ir bien en contra de la corriente una vez más (aunque donde estaba parado no podía apreciar bien en qué dirección se movía la misma ya que 15 cm. de hielo me lo impedían), hasta toparme con un grupo de locales en medio de algún tipo de celebración autóctona.
Increíblemente, habían cortado el hielo en bloques imitando una especie de piscina con forma rectangular y juntos, estos treinta rusos interpretaban (al compás de una guitarra) una serie de canciones alegóricas y altamente felices, que ante mi ignorancia, daban la impresión de ser algo así como un grupo de hippies comunistas interpretando clásicos de Sui Generis, cambiando un fogón en un bosque mágico por una pileta tallada en la capa polar en medio de un mar congelado bajo una sensación térmica que rondaría los -10ºC mientras tarareaban y bailaban “La Mamushka“ de la paz.
Un lindo día al sol en Siberia.