No hay nada que me guste más que perderme, especialmente si es en un país foráneo del que no conozco mucho. Extraviarse puede atraer incalculables tesoros para el alma viajera. Como dar vuelta en una esquina de un pequeño pueblo fuera de la cuadrícula urbana. A través de un bosque, bordeando las vacas y subiendo una colina. Colores increíbles y una puesta de sol maravillosa. Pastizales largos y suaves. Así como si fuese una película apocalíptica del estilo «El Planeta de los Simios», encandilarse con un descolocado obelisco en medio de la nada. Solo yendo por un lugar desconocido. Es fácil. Solo hay que perderse.