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Privilegiado

Muchas veces me pongo a pensar en la vida que tengo, la que tuve, la que planeé, visualicé y vivo. Conocer un lugar por primera vez es genial. Poder volver después de un tiempo es aún mejor. Porque, seamos sinceros, diez años son un montón de espacio para contrastar si una sociedad realmente evolucionó… o si simplemente está tratando de encontrar un buen café.

Hace una década, allá en Albania, escalé una pirámide urbana, que en su época fue una ex base de la OTAN, ex centro de convenciones post-Unión Soviética, ex museo y, probablemente, ex todo. En ese entonces, el abandono era total. Ventanales rotos, suciedad por doquier, y una superficie resbaladiza que hacía que cada paso fuera una oportunidad de convertirte en un nuevo caído. El abandono se podía oler, se podía sentir, y de alguna forma, también se podía escuchar… especialmente cuando alguien gritaba por irse de culo al suelo.

Hoy, 3650 días después, lo que encuentro es una moderna estructura con locales gastronómicos en su interior y exterior que me dejaron con los ojos bien abiertos. Múltiples escalinatas, pasarelas y un mirador en la cima me recibieron con un encanto especial. Ver cómo el tiempo cambia todo en primera persona está bueno, es un privilegio. Aunque, claro, me pregunto si la pirámide original miraría todo esto y diría: «¿Qué carajo hicieron con mi estilo retro soviético?

Soy un privilegiado.