Arribé a un nuevo parque nacional dentro de la inmensa Kenya. Mi posada en esta oportunidad, me recibió con amplios campos verdes. La misma se encuentra dentro del parque, pero la principal característica es que no posee ningún tipo de separación o alambrado perimetral. Las habitaciones son mini chalets que están dispersos por todo el predio, separados del hall central. Al llegar, me entregan la llave y me dicen que puedo andar libremente por donde quiera, pero que al caer la noche, debía tener mucho cuidado. “Si querés venir al comedor a comer o al lobby, tenés que llamarnos por teléfono y te mandamos a escoltar”. ¿De qué me están hablando estas personas? No solo hay que darles una propina para que te alcancen la maleta hasta tu cuarto, sino que ahora también, ¡debés darle una moneda para que te vengan a buscar de noche y acompañen a caminar 200 metros en la oscuridad! Asombrado por el “chamuyo” que acababan de elaborarme, llegaron las 20:30 y mi hambre se hacía escuchar a los gritos de Tarzán. Me duché, abrí la puerta de mi cuarto para ir a cenar y sin aviso previo, ¡había un HIPOPOTAMO haciéndome marca personal! ¡No era joda! Debo remarcar que me resultó mucho más simpático el gordinflón este, que la clásica comadreja que te podés cruzar en Mar del Plata en las inmediaciones del Parque San Martin de madrugada (no pregunten que anduve haciendo por ese lugar a esas horas).
¡AGUANTE PUMPER NIC!