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Sonrisas

Crónica de una jornada bizarra en Disney: Los empleados son hiper felices. Te saludan por cualquier boludez. Si es tu cumple, tu aniversario o tu crisis de los 30, ellos te sonríen con sus cachetes rosaditos y su sonrisa brillante. Conocí a un muchacho que se llamaba Iván y estaba muy solo (lo supe porque tenía un pin enorme que decía que era su cumple, junto con su nombre, para que lo salude quien se cruzara en su camino). Iván estaba festejando su cumpleaños SOLO en las tierras de la “felicidad” (que ironía). Luego la conocí a Jennifer, era una empleada del parque con un notable exceso de peso y retención de líquidos en sus pantorrillas. Ella trabajaba en el parking y en un momento de locura, se acercó a mí y mis acompañantes para pedirnos UN ABRAZO (se nota que lo necesitaba). Luego del abrazo grupal con la empleada del paraíso más “happy” del mundo, me fui a dormir reflexionando: Descongélenlo a WALT.

Atrapado en una dicotomía sin tregua. Por un lado, percibo el odio de un empleado que es forzado a emanar felicidad estereotipada, mientras viste un disfraz hecho de piel sintética, con unos 32 grados de temperatura y una máscara que no lo deja respirar. Por el otro, el sentimiento «mágico» que me fue inculcado desde mi infancia sobre un mundo maravilloso de algarabía y bienestar crónico. Me voy a dejar llevar por el momento. Es un mundo bizarro después de todo…

Estoy padeciendo el efecto «una semana entera en USA». Síntomas anormales brotan por mis baqueteados poros. De un segundo a otro, sentí la necesidad de cantar R&B. Es hora de volver a casa.