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Star Trek & Yo

Se abrieron las puertas del elevador y un guardaespaldas me miró y preguntó: “Decime la contraseña”.  – ENTERPRISE– retruqué sin que se me mueva un pelo. Se apartó a un costado y me dejó ingresar al hall de un inmenso y moderno edificio de oficinas totalmente vacío. Traté de contener la risa, ya que el lema confidencial tenía menos ingenio que decirle “colo” a un pelirrojo. Fiché y me pidieron despojarme de todos mis objetos personales, especialmente de mi celular o cualquier otro dispositivo habilitado para registrar video o fotografía. Dejé todo dentro de una bolsa a cargo de un custodio que, celosamente tenía la misión de conservar la privacidad del evento de cualquier tipo de filtración a la prensa. Todo era ultra secreto y de espionaje (salvo la contraseña de ingreso). Fui a la sección de vestuario a ponerme mi disfraz que ya me había medido unas semanas atrás. Me quedaba perfecto. La chaqueta roja y los pantalones negros traían a mis recuerdos viejas series y películas retro de los ochentas. Luego vino la parte de maquillaje, para continuar con la peluquería. Intercambié unas palabras y chascarrillos varios con las chicas encargadas de dichas secciones y proseguí al departamento de utilería. Ahí me dieron una especie de computadora portátil del futuro y un pin que tenía mucho más peso que el de un simple alfiler de gancho. La gravitación de la historia me llenó el pecho de orgullo. El pin que en realidad era un sistema de comunicación interplanetario, es lo que podría considerarse un clásico dentro de la ficción interestelar. Como si fuese una gloriosa escarapela, lucía con mucha petulancia ese logo que marcaría a varias generaciones de freaks espaciales.  

Levanté la mirada, miré el espejo y no podía creer lo que veía. ERA UN TRIPULANTE DE LA NAVE ENTERPRISE. Esa que miraba en las series en el 86’. Era tan chico y me perdía fácilmente en esos relatos fantásticos, la estética espacial y las diversas especies extraterrestres. Hoy era uno más de ellos, los que veía en la tele. Una vestuarista se me acerca y me dice: “¿Estas contento? No quedaron muchos seleccionados… ¡sos un privilegiado!” Con la voz entrecortada de la emoción, solo pude responder: “Esto es lo mejor que me pasó en la vida…”

A pesar de mi cansancio fatídico, nada me importaba. Es que mi última semana arrancó con mil revoluciones por hora: Lo estuve persiguiendo a Jon Bon Jovi por Abu Dhabi hasta que le pude dar las gracias en persona por “los ochentas vividos”. Al día siguiente, me subí a un avión para bajarme en Irlanda 7 horas más tarde e inmediatamente subirme a un auto y manejar 1400 km dando la vuelta completa alrededor de la isla. Al fin de esa peripecia, me volví a subir a otro avión para aterrizar en Dubai a las 00:00. Llegar a casa, bañarme, dormir media hora y tener que presentarme en el set de filmación de Star Trek a las 4:00 am. Medio dormido, deteriorado y con un jet-lag mortal, me vi enfrentado a la estrella hollywoodense Chris Pine en una escena que romperá barreras en la historia del cine. El salía corriendo de una nave espacial en llamas y yo me lo cruzaba en sentido contrario con el fin de rescatar a los heridos (solidaridad de ficción). Entre decenas de tomas en las que compartí el despliegue escénico con el Capitán Kirk, una asistente salía para secarle el sudor a la “celebrity”, hasta que en un corte, estiré la mano antes que él y terminé robándole el pañuelito. Ese día que le quité el Kleenex absorbedor a Chris Pine y fui un tripulante más de la Enterprise.

Entre toma y toma, bajo un desbordante calor, aparecía una maquilladora que me secaba la transpiración de la frente, me retocaba un poco el maquillaje y de paso me abría un paraguas para escudarme del intenso sol (me sentía una estrella). Fue en ese momento de trabajo sacrificado de las esteticistas, en que me di cuenta de por qué Mirtha Legrand siempre agradece al aire a su peluquera y maquilladora. Después de pasar cientos de horas juntos filmando y volviendo a repetir una infinidad de veces la misma escena, uno se encariña con el staff. Quiero agradecer a las chicas de la sala de maquillaje de extras de Star Trek por su simpatía y buena onda.

Si bien soy un declarado adicto a la saga “Star Wars”; la otra clásica, “Star Trek”, siempre tuvo un folklore diferente y atrayente. No tiene grandes batallas dentro de sus historias. Tampoco acción desbordante por doquier, pero contiene una mirada filosófica sobre la vida, el universo y el descubrir que, por un motivo u otro, siempre lograron atrapar mi interés. Vida/Universo/Descubrir. Creo que esas palabras me suenan conocidas…

Todo lo diferente al odioso ritual de lo habitual me encanta, a tal punto, que mi atracción de pensamientos me llevó en esta ocasión a meterme directamente dentro de la tercera película del nuevo relanzamiento de STAR TREK (III Beyond). Que de 4000 personas queden 100 puede llamarse lotería tal vez. Que uno de esos suertudos sea un loquito del género espacial que de tanto mirar esas películas, un buen día decidió participar en una como extra creo, a mi entender que es una hermosa demostración de cómo la manifestación del universo siempre mantiene una buena comunicación fluida con quien sepa expresarse en su lenguaje vibratorio. Ahí quiero estar. Ahí estoy ahora (operando la máquina del tiempo con destino final: los 80’s).

Mi debut hollywoodense tan ansiado. Es que me gustan tanto las películas de ciencia ficción, que un día terminé metiéndome directamente dentro de una (costado izquierdo de rojo).

¡Gracias Universo!