La cantidad de capillas, iglesias y catedrales que he conocido en Italia, han llegado a empachar mi estómago, debiendo apelar a algún alma caritativa que me “tire el cuerito del cristianismo”, ante tanta idiosincrasia religiosa monopolizada, impulsada por la ausencia de otra alterativa viable de aferro dogmático. Si sólo te dan de probar chocolate negro toda la vida, ¿Cómo hace uno para enterarse que también existe el blanco, el amargo, con almendras, pasas de uva y relleno de dulce de leche?
El consorcio de la fidelidad también es clientelista.